9 de febrero de 2006

La invención de otra música.

"Sin la música la vida sería un error". F.Nietzsche.

Escarbando en las notas ocultas. En la estridencia precipitada de las oxidadas cuerdas. Invento un sonido puro que no se debe hacer. Pero la porfía de su melodía rompe la métrica, la curvatura de su armónica vida. Y la música palpita en las venas que son la extensión de su alma, el grito primario. La razón que nace desde la sangre en movimiento. Este escurrir forma su templo en el llanto del silencio que se contrae como un parto salvaje. Su cuerpo húmedo cubierto de partituras incineradas. Escritas en el sexo fértil de su telúrica inconciencia. Crean la obra y su sentido de locura delicada como un solo de piano, perdido en un teatro vació. Respira su rebeldía disidente como Bach en su concierto N° 3 donde el violonchelo toca las fibras que huyen del viento en un futuro innombrado, partido por sierras eléctricas. La música tiene un amorío tórrido con los lunáticos y con el humo púrpura y sublime que sale desde sus cabezas llameantes. Inhalo un poco de esa miel. Me embriago tozudamente con su soledad ruidosa. Dulce aroma sale de aquellos solos que vienen a pintar de colores la realidad gris del cemento. Como ese saxo que suena eufórico en algún bar porteño impregnando de estelas cromáticas el dolor desecho en los ceniceros. La batería revuelve las armonías en un sol sincopado. Y las cuerdas dan trazos de fina sonoridad tatuada en las venas frágiles. La voz da su vida para que la estructura cree su propia cara en la cual encierra los sentimientos encadenados en el camino abierto de nuestra vida.
La destrucción de las notas y de su técnica tiene un propósito creador en los músicos de espíritu libre. Se instalan con sus ropas harapientas y sus peinados de fuego. Esconden su melancolía detrás de las murallas distorsionadas. Tal como lo hicieran en su momento unos pálidos My bloody valentine (Dublín). Guitarras salvajes montan su infierno sobre las cabezas suicidas que se regocijan hasta la muerte misma. La anarquía dio su salto entre los escombros de la mano de los Sex Pistols, pero poco duraría su vomito corrosivo sobre la reina cadavérica. Sid muerto, y la anarquía se desarma en los escaparates de plástico.
Las máquinas de sonido (los samplers) se abren paso a través de las arterias electrificadas. Buscan reconstruir el paisaje mutilado por las modas, la industria, los malditos negociantes que cubren sus podridos cuerpos de cuello y corbata.
El sonido evoluciona en cada respiro, en cada célula, en los cables esparcidos sobre el garage subterráneo. Y mi cabeza ha suspirado un momento sobre este vital ejercicio de la música. Su importancia de siglos en los habitantes ancestrales, su sangre feroz desatada en las entrañas de los ritos, en la novedad desconocida de su futuro en tiempo real. Tan real como los glaciares que se derriten en su eco moribundo, en aquel eco que rebota sobre nuestros polos. Que duermen en la nobleza de nuestro oído virgen, en la canción escrita con las manos cortadas. El sentido de estas letras llegan al triste clamor que sugieren los signos humanos, sedientos por la libertad de sus voces. Brindo con la copa de gracia al melodioso adiós embalsamado en el vinilo sobreviviente y refugio del pasado sonoro.